Heinrich von Kleist
Henriette Vogel
(Primero escribamos nuestro poema de hace veinte años o más... Y luego hablemos de la impresión de esta tumba)
No hay como llamarse igual,
(me recordáis mi libro así titulado
"Llamarse igual",
Henriette, Heinrich)
para participar de idéntica suerte.
Velo del paladar
hundido,
mueres.
Cuando amar no puedes:
salvar del exterminio,
o salvar de la muerte lenta
del cuello destino torcido por las circunstancias
imposible de enderezar,
odias con la bondad
del que ayuda a cumplirlo:
¡Que acabe ya esa muerte!
Esa muerte que se promete larga
de los amantes partidos
(y es lo de menos si el cáncer de cuello uterino de ella
existió o no existió)
Y disparas la bala en la laringe,
mitad del corazón,
de la voz que quisiste por encima del mundo,
allí latiendo al final en tu exclusiva compañía.
Llamarse igual,
ser tan idénticos,
amarse igual,
morirse juntos
como corresponde
a lo que dios ni el hombre
debieron separar.
Os vais unidos a la muerte
por el camino de Postdam.
El mejor sitio para redactar cartas de despedida,
mensajes últimos del cáncer de la muerte
al más virulento de la vida su único propiciador.
Cuando nada nos quede,
siempre podremos tomar el camino de Postdam,
otr@s dirían París,
finalizante resumen de las miserias.
Y ya que tantos suicidas se nos han colado en este libro titulado "En el nombre de Cristo" (también tantos suicidas, y bastante más penosos, en ese nombre) , por algo ha sido, bueno es que digamos, no lo que es un suicida, sino lo que tendría que hacer para no serlo:
Un suicida es el que debiendo aplicar el principio de Calígula, de modo más o menos universal, "Que tuvieran una sola cabeza para poder cortarla", cae definitivamente en la trampa de sus hermanos enfermos, esa que le tendieron (con circunstancias, mediante el consciente tan inconsciente colectivo) para cobrarse su vida.
Y ahora sí digamos qué es el suicida:
El suicida, en tantos de los casos,
es la extirpación de la parte sana de la sociedad enferma.
Es una operación de estética-inversa cirugía
que consiste en arrancar la cara dejar las arrugas,
macabro gato carrolliano de surco seco en lugar de sonrisa
que se pregona a sí como existencia única
todo sitio ocupando, toda cara borrando,
no habiendo lugar para las facciones del yo intangible
personal espíritu siempre remitido a todas las encrucijadas
camino de Postdam con licencia para que se suicide:
elimine el rostro que tanto molesta en la cacofónica sinfonía
que canta llano de tan torcido.
Para decir después lo que es el mundo:
En vez de por nombres propios, fechas,
que sólo enseñan lo que jamás debió suceder,
debiera conocerse el mundo por lo que es,
por lo único que mima o privilegia:
amontonadas arrugas surcos secos de las imperfecciones
más virulentas que cuantos cánceres,
inversas desnaturalizadas operaciones
de lo renormalizado, de tan normal al culmen,
conocido por social estética:
arranco la cara dejo las arrugas,
ciencia de la social cosmética que tanto suena
a física de partículas indistinguibles.
Los muy unificados comportamientos sociales,
los muy unificados conocimientos;
no hay voz que disienta.
Hay cirugía estética:
quitar la cara, dejar las arrugas,
empujar a todas las encrucijadas
caminos de Postdam.
...Y luego hablemos de la impresión de esta tumba
¿Estaría de acuerdo el mismo Kleist,
tal vez ella, Henriette, sí,
con que su nombre figurase a tanta altura
separado de la modestia de ella
que a sus pies descansa
cual la Magdalena enjugando con su melena
los lavados a lágrimas pies de Cristo?
También estoy por preguntar, si Cristo hubiese estado de acuerdo con aquel episodio, si es que el tal fue.
Juzga una por su modestia: Jamás hubiese permitido que nadie me lavase con sus lágrimas los pies y menos me los secase con su melena.
Pero hay gustos podridos, los únicos que sobreviven,
a los que jamás se les obliga a tomar el camino de Postdam;
hay arrugas muy profundas en todas las almas
que jamás dejarán emerger un rostro.
Creo que Kleist clama desde esa lápida
por que ella sea alzada a su altura,
creo que ella, más que a sus pies,
hubiera deseado estar a la altura de un rostro
y más que comerlo a lágrimas regar a besos.