Si enlazásemos nuestros llantos por los muertos

como los fusiles codo a codo en las batallas.
Quizá Dios sintiera tal estruendo
tal clamor en sus dormidas fauces,
que despertara vomitando tanto vivo
que jamás debió llevarse.
¿Cómo no ver a dios como ese peor monstruo
que ni la mejor película de terror estaría capacitada para representarnos
viendo la sangre de mi sangre muerta tan sin sentido
tan a destiempo tan de mala manera?
La sangre de mi sangre muerta tan sin sentido
reclama explicaciones a las células,
a todas las ramas de la ciencia
aspectos de la inteligencia,
a todo cuanto conocido desconocido
provenga del espíritu
en la carne que toma su representación.

(Decimos en "¡Levantaos del llanto por vuestros muertos!", poema copiado aquí el 5 de julio:
Porque si enlazadas quedaran nuestras lágrimas
como una larga fila de fusiles...
¡La descarga arrancaría al Cosmos
su faceta de muerte
careta de su rostro
velo-separa-dimensiones!

Y también recuerdo el título de unas palabras a otra muerte,
la de mi primera perrita, una cachorrita:
¡Si las lágrimas fuesen cuchillos afilados!
Pues fila de fusiles o cuchillos afilados,
si tuviésemos la inteligencia de unir nuestras lágrimas,
unir nuestros infortunios
que sucediera en tan contadas ocasiones en la historia:
Revolución francesa, la Revolución de 1914,
o nuestra República de 1931,
nuestros comuneros castellanos...
No tengo duda alguna que volcásemos los Cielos,
que de veras cumpliésemos lo de la Tabla Esmeralda
y lo de Arriba, Abajo de una vez,
Abajo por una vez como el más auténtico Arriba)